domingo, 5 de marzo de 2017

Nueva propuesta de reforma a la regulación financiera norteamericana, ¿Negación de la crisis financiera del 2008?

A menos de un mes de gobierno, Donald Trump ha emitido un decreto ejecutivo que busca modificar la reforma financiera del año 2010 conocida como “Dodd-Frank” (D-F) a la cual califica de “desastre”, lo que inmediatamente ha hecho saltar el precio de las acciones de las empresas financieras. Ante esta posibilidad habría que preguntarle, ¿Qué acaso vivió fuera de la tierra entre 2007 y 2012? Siendo un empresario de tal relevancia es imposible que sus negocios se hayan visto inmunes ante la extensión de la crisis, ya sea por las consecuencias de las hipotecas basura o por la contracción del crédito bancario.

El decreto ejecutivo instruye a las agencias reguladoras realizar una revisión de la congruencia de sus acciones y resultados con los siguientes principios:

·       “(A) capacitar a los estadounidenses para tomar decisiones financieras independientes e informadas en el mercado, ahorrar para la jubilación y construir riqueza en lo individual;
·         (B) evitar los rescates financiados por los contribuyentes;
·         (C) fomentar el crecimiento económico y la dinámica de los mercados financieros a través de análisis de impacto regulatorio más rigurosos;
·         (D) permitir a las empresas estadounidenses ser competitivas;
·   (E) promover los intereses estadounidenses en las negociaciones y reuniones sobre regulación financiera internacional;
·         (F) hacer que la regulación sea eficiente, eficaz y diseñada adecuadamente; y
·        (G) restablecer la rendición de cuentas dentro de los organismos federales de regulación financiera y racionalizar el marco regulatorio financiero federal.”

Si bien, por si mismos los principios no suenan descabellados, sino más bien coherentes (¿quién se podría imaginar una regulación que dijera lo contrario?) y partiendo de que todas las leyes son perfectibles, proponer modificaciones a una ley de más de 800 páginas en donde gran parte de las medidas no han logrado ser implementadas tiene sentido. Algo puede hacerse respecto de la complejidad regulatoria que establece distintas agencias de regulación dependiendo del tamaño y alcance de los bancos, o por ejemplo los requerimientos de capital para los bancos comunitarios; sin embargo, es el contexto y las declaraciones lo que prende las señales de alerta.

No han sido pocas las ocasiones que el presidente hace declaraciones en contra de las facultades de la Reserva Federal (FED) y su presidenta Janet Yellen; de hecho, Daniel Tarullo, miembro de la junta de la FED y principal encargado de la regulación bancaria, ha presentado su renuncia, dejando al ejecutivo poder para nombrar a alguien en su lugar, al igual que en otras dos vacantes en la institución.

En paralelo, el congresista Patrick McHenry, vicepresidente del comité de servicios financieros y parte de la bancada republicana han presionado a la FED para dejar de participar en las decisiones del Comité de Basilea, organismo emisor de estándares internacionales a nivel bancario.

Más preocupante aún resulta la existencia de un documento que delinea el sentido en que el irían los cambios en la regulación, en junio de 2016 (meses antes incluso de la elección presidencial) la bancada republicana presentó una propuesta de ley para los servicios financieros, nombrada como “The Financial Choice Act”, en la que con base en declaraciones descontextualizadas cuestiona la arquitectura financiera de la reforma D-F; entre otras cosas la creación del Comité de Supervisión de Estabilidad del Sistema Financiero, encargado de identificar riesgos sistémicos; los requerimientos de capital regulatorio (en sintonía con los Acuerdos de Basilea III); las medidas de resolución para los bancos considerados sistémicos; las facultades de supervisión de la FED sobre infraestructura sistémica e instituciones financieras no bancarias consideradas sistémicas, así como sus atribuciones en cuanto a realizar pruebas de resistencia financiera.

La infraestructura del sistema financiero en cualquier país es de utilidad pública (de ella dependen los sistemas de pagos), la regulación que se aplica a esta industria se le denomina “prudencial” porque su objetivo es la toma responsable de riesgos por parte de los participantes del mercado, debido a las consecuencias que pueda tener para el país. A su vez, en un mundo de libre flujo de capitales y mercados financieros operando las 24 horas al día, la estabilidad financiera es un bien público global y en el mismo sentido, el éxito de las medidas que tienden a tal fin está en que no se requiera de rescates por parte de los gobiernos. Si se quisiera de verdad dejar de favorecer a los grandes bancos (clasificados de acuerdo a los estándares internacionales como Instituciones Financieras Sistémicamente Importantes (SIFI)), se debería proceder a su nacionalización y no a la eliminación de la red de protección del sistema, pues la toma de riesgos a costa de un daño a la población siempre estará latente, no hay forma de que los costos de un rescate sean mayores a los costos para la economía nacional del permitir la quiebra de un particular sistémico. En caso de ir en tal sentido, las reformas, se volvería al “business as usual” y se olvidarían las declaraciones del CEO de Morgan Stanley, John Mack en 2009, “No nos podemos controlar a nosotros mismos”.

Por lo pronto el primer paso ya se ha dado en ese sentido, el mismo 3 de febrero de 2017 fue firmada una segunda orden ejecutiva que, argumentando que los usuarios de servicios financieros tienen derecho a tener todas las opciones de inversión, revisará la responsabilidad de los asesores financieros de actuar a favor de sus clientes, lo que permitiría a los asesores ofrecer productos que no correspondan al perfil del inversionista pero que les generen mayores comisiones.

Tanto la orden ejecutiva, como la propuesta del congresista Patrick McHenry; por su subjetividad, no dejan más que inferir que se encuentran impulsadas por el lobby financiero, lo único que se puede comparar con dicha irresponsabilidad es la negación del cambio climático. Algunos medios como la revista “The Economist” señalan que difícilmente se cambiaría algo sustancial de la D-F, pero hasta ahora no deja de sorprender como la irracionalidad se apodera de los contrapesos del sistema político de Norteamérica ante las amenazas de Donald y dejan el camino libre a sus medidas.


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