Como punto de partida para este blog, la maravillosa y didáctica columna de Alejandro Nadal @anadaloficial, (14/12/16) donde narra los orígenes del sistema bancario moderno.
Alquimistas y banqueros
Alejandro Nadal
La lucha entre el poder
político y el mundo de las finanzas es antigua. La historia europea
está llena de episodios en los que banqueros y reyes intercambiaron
golpes, muy frecuentemente por interpósita persona, a través de
cardenales y generales.
Cuando irrumpe el capitalismo lleva en su código genético la esencia
del capital financiero. Sus herramientas contables eran parecidas a las
técnicas de los templos de los financieros y banqueros, pero estaban
ligadas a una nueva forma de circulación. La producción de mercancías
necesitaba que los capitalistas pudieran adelantar el dinero que para
comprar insumos y contratar fuerza de trabajo. Cuando las operaciones se
hicieron más complejas y se requirieron recursos para inversiones de
más largo aliento, los bancos también evolucionaron.
Los bancos siempre operaron reconociendo recíprocamente los títulos
que emitían. Gradualmente esta matriz de vínculos se hizo más densa
hasta convertirse en un sistema que entrelazaba todas las relaciones
económicas. En esa etapa de su desarrollo los bancos sufrieron una
metamorfosis extraordinaria. De simples auxiliares de la empresa
capitalista los bancos se convirtieron en regidores de la circulación
monetaria. La fuerza detrás de esta mutación se encuentra en un hecho
sencillo: al emitir títulos que eran reconocidos por todos los demás
bancos, el sistema bancario se convirtió en la fuente de crédito par excellence de toda economía capitalista.
Para enfrentar el poder de los bancos, los estados europeos fueron
creando sus propios bancos para seguir financiando sus guerras y
aventuras coloniales. En 1668 se creó en Suecia el primer banco central,
el Riksbank, organizado para desempeñar el papel de tesorería que
requería el gobierno. En 1694 nació el Banco de Inglaterra, con las
mismas funciones. Estos bancos también desempeñaban el papel de cámara
de compensación para los bancos privados, lo que agilizaba y fortalecía
su rol dominante en la economía. En algunos casos, como en el de la
Banque de France, establecida por Napoleón en 1800, la finalidad del
banco central incluía el mitigar el desorden monetario y controlar la
inflación. En muchos casos los bancos centrales son entidades híbridas
formadas con la participación de los bancos privados, pero poco a poco
se convirtieron en prestamistas de última instancia y sus billetes se
consolidaron a escala nacional como dinero de alto poder (capaz de
extinguir cualquier deuda).
Pero los bancos privados siguieron su desarrollo y al surgir la
divisa dominante emitida por el banco central se convirtieron en los
administradores del dinero de alto poder. Es decir, los bancos
comerciales privados no pueden emitir los billetes de la divisa nacional
porque el banco central tiene el monopolio de esa actividad. Lo único
que pueden hacer los bancos privados es emitir títulos (como cheques) y
poner en circulación líneas de crédito. Pero esos títulos emitidos por
los bancos privados son simples promesas de que el deudor pondrá a
disposición del acreedor en cierta fecha una determinada cantidad de
dinero emitido por el banco central.
Cuando un banco comercial privado otorga un crédito y abre una cuenta al nuevo
cliente, lo único que hace es crear la obligación para este nuevo deudor de entregar al banco una suma de dinero de alto poder (más los intereses) en un plazo convenido. Aunque el deudor del banco nunca ve los billetes de alto poder, sí queda obligado a entregarle dinero base al banco. Y si los alquimistas buscaban la fórmula para crear oro de la nada, los banqueros sí encontraron la forma de
crear dinero de la nada.
Hoy los bancos privados controlan la oferta monetaria que hace girar
las ruedas de la economía. Cierto, para prevenir las crisis los bancos
centrales imponen la obligación a los bancos de mantener reservas de
dinero base. Pero los bancos privados tienen un poder extraordinario y
son sus operaciones pro-cíclicas lo que constriñe al banco central a
proporcionarles el dinero base para mantener las reservas necesarias.
Cuando ocurre una crisis como la de 2008, las cosas quedan más
claras. Los bancos privados sabían que en caso de un colapso el banco
central los respaldaría con una inyección de liquidez, sin importar la
calidad de sus hojas de balance. Eso es lo que ha sucedido en Estados
Unidos y en Europa donde los bancos centrales han inyectado cantidades
astronómicas de liquidez para el rescate de los bancos.
Hoy el capitalismo sigue mutando rápidamente y la lucha entre el
mundo financiero y el poder político se ha intensificado. El populismo
derechista o ‘fascismo post-moderno’ ha identificado al enemigo, los
banqueros y financieros, y en eso ha leído correctamente el sentimiento
popular. Pero presentarse como protector del pueblo frente al poder de
banqueros y financieros no garantiza que la defensa sea efectiva. Más
temprano que tarde, los que así se presentan (como Trump) tendrán que
negociar con el poder financiero y probablemente le otorgarán
importantes concesiones.
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