Menos de 10 años[1]
duró el trato fraterno entre los países desarrollados y emergentes
reunidos en el G20. Éste grupo, como antes lo fue el G8 y el G6 busca
coordinar y establecer las directrices del sistema económico mundial,
entendiendo que la soberanía nacional ya no basta para mantener bajo
control las variables financieras más importantes; a éste mecanismo de
coordinación podríamos llamarle gobernanza financiera.
Hoy en día, previo a las reuniones; los analistas pueden formarse una
idea más o menos clara de lo que se discutirá, las posturas con las que
llegan los actores y el rumbo que se espera tomen las cosas. En las
cumbres similares hace dos décadas la información era limitada, gran
parte de la identidad de los involucrados desconocida y la agenda y los
compromisos resguardados bajo el más alto nivel de secrecía.
Por otro lado, al igual que antes, para los ciudadanos resulta difícil
entender la trascendencia de éstos encuentros de alto nivel; al
finalizar se publican sendos comunicados con rutas hacia un destino de
bienestar inevitable, que pasan por la cooperación y la firma de
documentos protocolarios, pero que muy remotamente establecen metas
cuantitativas y mucho menos medidas en caso de no lograr algún elemento
de la declaración. Como consecuencia, el mundo de las relaciones
internacionales se vuelve una ociosidad para el común de la gente.
Sin embargo, a diferencia de los que sucedía antes, resulta que las
reuniones actuales si tienen puntos finos que merecen ser seguidos por
los ciudadanos de todas las nacionalidades, ya no son solamente los
jefes de estado y de gobierno o los cancilleres los que participan de
éstos acuerdos; ahora se suman a las discusiones supervisores
financieros, titulares de finanzas y los banqueros centrales. Resulta
que es en éstas reuniones donde se marcan las pautas para la inversión,
las reglas bajo las cuales los bancos y otros organismos financieros
operarán entre países, los acuerdos entre lo que sí estará permitido o
no en la industria financiera, cómo se trabajará para fortalecer el
crecimiento y la baja inflación y aquellas medidas para evitar la
evasión de impuestos, en otras palabras, se discute, nada más y nada
menos el ritmo al cual bailarán los países con sus políticas fiscales,
monetarias y financieras.
Si los representantes un país se inclinan a favor de determinada
política económica que podría ayudar al crecimiento de su país y resulta
que la idea es contraria a éstas directrices del G20, difícilmente
llegará a implementarse y a muy altos costos. Por ejemplo, disminuir el
capital requerido a los bancos para impulsar el crédito, podría ser una
medida coherente, sin embargo, las consecuencias de facto serán que los
inversionistas globales se alejarán de su país por una cuestión
reputacional, ya que al no cumplir con los estándares de Basilea III que
piden mayor nivel de capital se consideraría una jurisdicción poco
segura para invertir.
Este escenario es el mismo si se es miembro o no del G20, las
directrices o “buenas prácticas” acordadas impactan a todas las
economías, no solo a los miembros. Como se mencionó, la gobernanza hace
necesaria la participación de países como México, Arabia Saudita o
Sudáfrica; en el sentido de añadir representatividad; más no
necesariamente en la fijación de la agenda.
La dinámica real del organismo quedó establecida desde las primeras
reuniones, el consenso obtenido entre los países desarrollados es más
que suficiente para establecer la agenda; en cambio, cuando el consenso
se rompe entre las potencias una historia distinta sucede, actualmente
podemos ver como Estados Unidos presenta disensos respecto a medidas a
favor del libre comercio; ¿habrá consecuencias reputacionales que
obliguen a modificar sus políticas? De ninguna manera, de hecho,
resultan tan irrelevantes las reglas del juego fuera del consenso que
incluso si se establecieran medidas coercitivas o formales el resultado
sería el mismo; está por verse como logra la Organización Mundial de
Comercio donde si existe un acuerdo formal, evitar las medidas
proteccionistas del presidente Trump.
Si, el mundo necesita coordinación, reglas y acuerdos; la soberanía en
nuestros tiempos no es lo que fue en tiempos de la Unión Soviética, sin
embargo, al ver la agenda de los organismos internacionales podemos
identificar como hay miembros que son sujetos de las reglas y miembros
que las redactan. He ahí la causa de que los ciudadanos de las naciones
en desarrollo deban prestar más atención a éste juego de la política
internacional, de ello dependerá el margen de actuación de sus
gobernantes en las políticas económicas a nivel interno.
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