sábado, 30 de octubre de 2021

El letargo del G20

 


La próxima reunión del G20 ya no será la portada de los diarios a nivel mundial. Si hace 13 años el foro reunió por primera vez a los jefes de estado de los países desarrollados y emergentes más relevantes, no fue por la apremiante situación económica que obligaba a la cooperación para evitar la catástrofe. En términos de gobernanza financiera los resultados fueron notables: establecimiento de nuevos estándares bancarios conocidos como Basilea III, creación del Consejo de Estabilidad Financiera, identificación de entidades “demasiado grandes para quebrar”, revisión de cuotas en el Fondo Monetario Internacional, por mencionar las más relevantes. Con la crisis superada, la reunión ya no da para ocho columnas.

Hoy no hay consenso sobre los grandes temas en la agenda, el punto más urgente, la distribución de vacunas a nivel mundial contra el covid-19 es el elefante en la sala, pues no hay justificación que explique el acaparamiento de vacunas por parte de los países desarrollados.

¿Cómo es que se dejó ir la oportunidad de convertir el G20 en un auténtico mecanismo de Gobernanza global? Se pueden mencionar por lo menos 3 factores. El primero es que la ambiciosa agenda de reforma financiera se limitó a mejorar la regulación, es decir, a comprometerse a cambiar en el papel, sin asegurarse de que se lograran los objetivos materialmente. Ejemplo de ello es la Ley Dodd-Frank de Reforma de Wall Street norteamericana, que, a pesar de sus elementos positivos, hasta hoy sigue teniendo altibajos, como lo demuestran casos como Archegos o la discontinuación de listas de entidades sistémicas.

Un segundo factor es el cambio de liderazgos en todos los países, pero, sobre todo, la llegada de líderes contrarios al multilateralismo como Theresa May y Boris Johnson en Reino Unido y Donald Trump en Estados Unidos, los cuales degradaron el nivel del foro y evitaron comprometer a sus estados en acuerdos mínimos que significaran perdida del status quo. Los más claros ejemplos son la reticencia norteamericana a aceptar la 16va revisión de cuotas del FMI, así como la retirada del Acuerdo de París.

Un tercer factor  es la falta de ambición y coordinación por parte de los países emergentes para obligar a trabajar una agenda más profunda a los países desarrollados. Ejemplos hay muchos: no se presionó para cambiar el peso de las calificadoras de valores a pesar que se encontraban en su peor momento reputacionalmente; no se impulsaron mecanismos para acabar con los paraísos fiscales; no se procuró cerrar las lagunas institucionales en la arquitectura financiera internacional como los mecanismos de resolución de deuda, por mencionar algunos.

Finalmente, al día de hoy podemos observar que, aunque se mantienen muchos de los retos previos a la crisis de 2008, se logró superar la coyuntura y las reformas han sido por lo menos atenuantes ante casos particulares o como vemos ante la pandemia en curso, al obligar a la paralización de actividades económicas, no ocurrieron daños sistémicos en términos financieros, en sí mismo una gran noticia. Sin embargo, los retos de hoy no son los mismos de hace 10 años, la ciberseguridad y los criptoactivos no estaban en el radar en ese momento, ni tampoco las preocupaciones por las finanzas verdes.

Que el G20 pase de noche tiene explicación, ahora la agenda se dirige a otro escenario, el mayor reto es hacer que los inminentes impactos del cambio climático obliguen a los líderes globales al compromiso.  La siguiente parada es el encuentro de la COP26 en Glasgow.

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