La próxima reunión del G20 ya no será la portada de los diarios
a nivel mundial. Si hace 13 años el foro reunió por primera vez a los jefes de
estado de los países desarrollados y emergentes más relevantes, no fue por la apremiante situación económica que obligaba a la cooperación para
evitar la catástrofe. En términos de gobernanza financiera los resultados
fueron notables: establecimiento de nuevos estándares bancarios conocidos como
Basilea III, creación del Consejo de Estabilidad Financiera, identificación de
entidades “demasiado grandes para quebrar”, revisión de cuotas en el Fondo
Monetario Internacional, por mencionar las más relevantes. Con la crisis
superada, la reunión ya no da para ocho columnas.
Hoy no hay consenso sobre los grandes temas en la agenda, el punto más urgente,
la distribución de vacunas a nivel mundial contra el covid-19 es el elefante en
la sala, pues no hay justificación que explique el acaparamiento de vacunas por
parte de los países desarrollados.
¿Cómo es que se dejó ir la oportunidad de convertir el G20 en un auténtico mecanismo de Gobernanza global? Se pueden mencionar por lo
menos 3 factores. El primero es que la ambiciosa agenda de reforma financiera se
limitó a mejorar la regulación, es decir, a comprometerse a cambiar en el papel,
sin asegurarse de que se lograran los objetivos materialmente. Ejemplo de ello
es la Ley Dodd-Frank de Reforma de Wall Street norteamericana, que, a pesar de
sus elementos positivos, hasta hoy sigue teniendo altibajos, como lo demuestran
casos como Archegos o la discontinuación de listas de entidades sistémicas.
Un segundo factor es el cambio de liderazgos en todos los países,
pero, sobre todo, la llegada de líderes contrarios al multilateralismo como Theresa
May y Boris Johnson en Reino Unido y Donald Trump en Estados Unidos, los cuales degradaron
el nivel del foro y evitaron comprometer a sus estados en acuerdos mínimos que significaran
perdida del status quo. Los más claros ejemplos son la reticencia
norteamericana a aceptar la 16va revisión de cuotas del FMI, así como la
retirada del Acuerdo de París.
Un tercer factor es la falta de ambición y
coordinación por parte de los países emergentes para obligar a trabajar una
agenda más profunda a los países desarrollados. Ejemplos hay muchos: no se
presionó para cambiar el peso de las calificadoras de valores a pesar que se
encontraban en su peor momento reputacionalmente; no se impulsaron mecanismos
para acabar con los paraísos fiscales; no se procuró cerrar las lagunas institucionales en la
arquitectura financiera internacional como los mecanismos de resolución de
deuda, por mencionar algunos.
Finalmente, al día de hoy podemos observar que, aunque se
mantienen muchos de los retos previos a la crisis de 2008, se logró superar la
coyuntura y las reformas han sido por lo menos atenuantes ante casos particulares
o como vemos ante la pandemia en curso, al obligar a la paralización de
actividades económicas, no ocurrieron daños sistémicos en términos financieros,
en sí mismo una gran noticia. Sin embargo, los retos de hoy no son los mismos
de hace 10 años, la ciberseguridad y los criptoactivos no estaban en el radar
en ese momento, ni tampoco las preocupaciones por las finanzas verdes.
Que el G20 pase de noche tiene explicación, ahora la agenda se dirige a otro escenario, el mayor
reto es hacer que los inminentes impactos del cambio climático obliguen a los
líderes globales al compromiso. La
siguiente parada es el encuentro de la COP26 en Glasgow.
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