Si habría que señalar un momento
en el que China hizo explícito su interés en ser potencia global serían los
juegos olímpicos de Beijín 2008, la conquista del medallero con 48 medallas de
oro por primera vez, fue la muestra de que se tiene claro lo que ostentar el
poder significa. No solo ser, sino parecer.
Bajo la misma lectura, en
términos geofinancieros China ha ido ganando posiciones, su adhesión a la
Organización Mundial de Comercio en 2001; la incorporación de su moneda, el Renminbi
a la canasta de divisas del Fondo Monetario Internacional en 2016, la fundación
de bancos de desarrollo regionales como el de los llamados BRICS y el Banco
Asiático de Inversión en Infraestructura en 2014; y como paso en paralelo, la
incorporación de sus bancos de desarrollo en la lista de bancos sistémicos del
Consejo de Estabilidad Financiera, que paso de contar con tan solo el Bank of China en 2011 a incluir a otros tres, todos de propiedad
estatal desde 2015.
Para tomar el lugar de primera
potencia financiera aún está muy lejos de centros financieros como Wall Street
en Estados Unidos o The City en
Londres, no solo por el tamaño de los mercados sino por aspectos como la
infraestructura de pagos o en cuanto al uso de su moneda para el comercio
internacional. No obstante, que hasta ahora China haya demostrado paciencia en
cuanto al dominio del espectro, no significa que no esté dispuesto a tomar el
puesto hegemónico.
Una interesante toma de posición
se dio hace 4 años cuando China fue anfitrión de las reuniones del G20, más
allá de los temas incluidos en la agenda por China como la economía digital, es
de resaltar el encuentro llamado dialogo “6+1” ocurrido un mes antes de la
reunión plenaria del G20, con los
titulares de los más importantes organismos internacionales: el Fondo
Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización Mundial de Comercio,
el Consejo de Estabilidad Financiera, la Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económico y la Organización
Internacional del Trabajo; todos en un dialogo directo con China. Interesante
que otras piezas fundamentales del andamiaje internacional no participarán del
encuentro, ninguna agencia de la Organización de las Naciones Unidas, ningún
banco de desarrollo regional, ninguna Organización medioambiental ni el Banco
Internacional de Pagos, por mencionar a los más relevantes.
La reunión del 6+1 se ha
convertido en un diálogo anual, siendo hace unas semanas, durante 2019 la
realización de su cuarta versión. Quizá la convocatoria de la potencia
emergente era una oferta difícil de rechazar, un espacio de discusión respecto
a la economía mundial, pero partiendo de las posiciones de China, bajo la
perspectiva China y sobre el futuro del desarrollo liderado por China, más
claro que el agua.
Temas como el futuro del trabajo
y la agenda digital han sido el centro de la agenda, pero sin dejar de incluir
temas de gobernanza financiera internacional como la llamada “Red de Seguridad
Financiera Global” y la representatividad en las organizaciones
internacionales.
Este año no se cuenta con una
declaración pública extensa como en ocasiones anteriores, se puede pensar que
era de esperarse de un grupo “sin ton ni son” pero también puede ser que, lentamente
se esté llevando a cabo una realineación de intereses. Se me ocurre que lo
sabremos al ver en la titularidad de cualquiera de estos organismos a
funcionarios chinos, y quizá, no debería sorprendernos si en un futuro la sede
del FMI se mueve a China, tal cual mandatan los estatutos del organismo, al
miembro que aporta la mayor cuota.
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