“Estamos viendo como nos quitamos este problema de encima, para volver a nuestra agendita previa” parece ser el sentido del comunicado de la reunión de ministros de finanzas y gobernadores de bancos centrales del G20, como si a 12 años de la crisis financiera hubiera algo que celebrar.
Sin duda, el G20 ha dejado de ser “el comité para salvar el mundo” como lo fue en 2008; aun así, las reuniones de los ministros de finanzas y gobernadores de bancos centrales tienen el potencial de ser el origen de las iniciativas más audaces para un nuevo arreglo económico internacional. No es que no existan iniciativas sobre la mesa, es que parece que están mentalmente ubicados en principios del siglo XXI, donde los mercados financieros eran la respuesta a todos los problemas.
El comunicado de la reunión de mediados de julio no da muestras de la identificación de una oportunidad para una arquitectura financiera internacional más equilibrada, ni de empatía hacia el terrible impacto que la pandemia de Covid-19 está causando en las partes más vulnerables de sus sociedades. Sin siquiera mencionar los escenarios negativos previstos por las instituciones financieras internacionales como el Fondo Monetario Internacional (participe de los encuentros) para los próximos años, se sujetan al guion de un plan de acción que tan solo compromete a que cada uno se rasque con sus propias uñas y actúa de acuerdo con las leyes de oferta y demanda. Política monetaria laxa, política fiscal expansiva y respeto a las reglas del libre mercado; la idea clave del plan es mantener la liquidez. Se espera que, como si se tratara de los bancos en la crisis de 2008, tan pronto como se pueda salir a la calle, los negocios volverán a la normalidad y el crecimiento retomará el rumbo. Además de limitado en propuestas, el plan también es tan poco valorado que el primer compromiso señala el “total cumplimiento con las Regulaciones Internacionales de Salud”, cuando Estados Unidos anunció a finales de mayo su retirada de la Organización Mundial de la Salud.
Es evidente que los ganadores de la globalización, los países desarrollados, planteen dicho escenario. Lo sorprendente es que los países en desarrollo avalen la misma respuesta debido a que la capacidad de sostener empresas es distinta, el espacio fiscal es más ajustado, el costo de la deuda está aumentando y podría llegar a ser insostenible en algunos casos.
Argentina, participe del evento, está a unos días de enfrentar un nuevo impago a su deuda y la oferta del G20 a un escenario de ese tipo (la reestructuración de deudas), es planteado tan solo para los países menos adelantados. En México, tan solo por la contracción de su economía, la deuda aumentará al 55% del producto interno bruto y para nada hace suyas propuestas como la del Ex secretario Ejecutivo de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, José Antonio Ocampo, que señala que las calificaciones soberanas no deben modificarse en tiempos de pandemia, aun sabiendo las altas probabilidades de que esto ocurra el próximo año. Lo mismo puede decirse de los riesgos en que se encuentra Turquía con la devaluación de la lira o lo que pudiera ocurrir con Brasil y su creciente endeudamiento.
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